Dos frentes — un solo enemigo: por qué Georgia y Ucrania deben ser vistas como una lucha común

David Janjalia
Nota del autor
Este artículo no es solo un análisis; es un manifiesto. Está escrito no solo desde la perspectiva de un analista de seguridad, sino también como ciudadano de Georgia y profesional que ha trabajado directamente en Ucrania durante su guerra en curso. En ambos países he visto personalmente el precio que hay que pagar por defender una elección civilizacional —una elección basada en valores europeos y tomada mucho antes de la crisis actual. Al mismo tiempo, he observado cómo muchos en el mundo democrático o bien se apartan o dudan en actuar.
La lucha por una Georgia libre y democrática no es un problema regional. Es parte de un enfrentamiento más amplio entre el imperialismo autoritario y los principios fundamentales que sustentan el proyecto europeo. Georgia y Ucrania no son casos aislados; son dos frentes de una misma batalla por la soberanía, la dignidad y el derecho de los pueblos a decidir su propio futuro.
Y al mismo tiempo no se trata solo del derecho de los georgianos y ucranianos a forjar su destino. Su participación en esta lucha también afectará al futuro de la civilización occidental en sí. Hoy están en juego no solo la resistencia de dos naciones, sino también la confianza en el mundo democrático y su capacidad para resistir.
Una Georgia europea no solo sigue siendo posible, sino vital. La comunidad internacional debe comprender que los acontecimientos en Tiflis y Kiev no son la periferia de Europa; son su núcleo, su futuro. El mar Negro ya no es una frontera: se ha convertido en un campo de batalla. Las decisiones que se tomen en este contexto determinarán el orden mundial durante generaciones.
Como dijo el protagonista de una de las películas más poderosas, en mi opinión —"Gladiator": «Lo que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad».
¡Gloria a Ucrania!
¡Gloria a los héroes!
— David Jandjalia
Introducción: no conflictos separados, sino un solo frente de guerra
La guerra de Rusia contra sus vecinos democráticos no comenzó con la anexión de Crimea en 2014 ni con la invasión a gran escala de Ucrania en 2022. No empezó con los ciberataques ni con la "fronterización" gradual que Georgia sufre desde 2008. Sus raíces se remontan a los años 90, en Abjasia, cuando tropas y equipos militares rusos apoyaron movimientos separatistas en un conflicto brutal que costó miles de vidas y obligó a cientos de miles a abandonar sus hogares.
Voluntarios ucranianos dieron su vida defendiendo Georgia en esa lucha. Hoy, miles de combatientes georgianos luchan en los frentes de Ucrania —en respuesta, como acto de solidaridad mutua.
A pesar de esta profunda conexión histórica y estratégica, los gobiernos occidentales siguen considerando a Georgia y Ucrania como casos separados. Esta separación artificial juega directamente a favor de la estrategia del Kremlin. Debilita la disuasión, distorsiona la verdadera naturaleza del conflicto y divide lo que debería ser un frente democrático unido contra la expansión autoritaria. Rusia no considera estas guerras como independientes. Las percibe como partes de una sola campaña imperial para restablecer el control sobre antiguos territorios —por medios abiertos o encubiertos.
Si se pierde Georgia, el mar Negro se convertirá en un lago ruso. Si se desestabiliza Georgia, el Corredor Medio —una ruta comercial y energética vital entre Europa y Asia— puede colapsar. Si se sacrifica a Georgia, el mensaje para cualquier democracia en primera línea será claro: sois prescindibles.
El papel estratégico de Georgia en el sistema de seguridad euroasiático
Georgia es más que un país vecino de Rusia. Es una piedra angular geopolítica. Su ubicación entre Europa y Asia, combinada con su infraestructura existente y su acceso al mar, la hacen indispensable para la estabilidad regional. Georgia es un nodo clave del Corredor Medio —una ruta comercial y energética que conecta Europa con Asia Central y China a través del mar Caspio. Esta vía evita tanto a Rusia como a Irán, ofreciendo una alternativa estratégica a los canales controlados por el Kremlin.
En el territorio georgiano también pasan infraestructuras energéticas cruciales, como el oleoducto Bakú–Tiflis–Ceyhan y el gasoducto del Cáucaso Sur —ambos desempeñan un papel central en los esfuerzos de Europa por diversificar su suministro energético y reducir la dependencia de los recursos rusos. Sus puertos del mar Negro —Poti y Batumi— así como el proyectado puerto de aguas profundas en Anaklia, son eslabones esenciales de la red de transporte Este–Oeste.
Rusia es plenamente consciente de la importancia estratégica de Georgia. Por eso invadió en 2008 y sigue ocupando el 20% del territorio del país, incluidas Abjasia y la región de Tsjinvali (la llamada Osetia del Sur). El control o la desestabilización del territorio georgiano le permite a Moscú socavar la seguridad energética de Europa, flanquear a Ucrania y romper las conexiones euroasiáticas.
Guerra híbrida en Georgia: conflicto sin alto el fuego
Tras la guerra de 2008, la comunidad internacional no impuso consecuencias significativas a Rusia. Siguió siendo miembro del G8. Estados Unidos inició una política de "reinicio". Francia estuvo a punto de venderle modernos portahelicópteros de clase Mistral. El comercio de Occidente con Rusia continuó. Durante todo ese tiempo, las tropas rusas se consolidaban en Sujumi y la región de Tsjinvali.
Pero Georgia nunca vio la paz. Sigue siendo blanco de una campaña híbrida prolongada, que incluye ocupación progresiva mediante alambres de púas y cercas, secuestros de civiles cerca de las líneas administrativas, así como presión política y económica. Estas acciones se complementan con ciberataques, injerencias en elecciones y propaganda, cuyo objetivo es socavar la soberanía georgiana.
El 20 de mayo de 2025, el Servicio de Seguridad del Estado de Georgia informó que las fuerzas de ocupación rusas secuestraron a tres ciudadanos georgianos cerca del pueblo de Khurvaleti, en el municipio de Gori. Dos de ellos siguen detenidos ilegalmente. Según el Movimiento contra la Ocupación, desde el fin de la guerra en 2008 se han secuestrado a más de 3.500 ciudadanos georgianos.
Estos secuestros no son incidentes aislados. Son herramientas de guerra psicológica, destinadas a intimidar a las comunidades fronterizas, difundir el miedo y normalizar gradualmente la ocupación.
La guerra híbrida rusa no se limita a la región. Se extiende por todo el mundo, incluso a través del Atlántico. Los mismos métodos aplicados en Georgia —como la desinformación, la intrusión cibernética y la desestabilización social— también se usan para socavar instituciones en Estados Unidos y Europa. En 2016, actores respaldados por el Estado ruso interfirieron en las elecciones presidenciales de EE.UU. mediante ciberataques coordinados y manipulación masiva en redes sociales. En 2020, el ataque informático a SolarWinds —atribuido a grupos vinculados a Rusia— penetró en numerosas agencias federales estadounidenses y redes de infraestructuras críticas.
Además, muchos ciudadanos estadounidenses fueron blanco, e incluso absorbidos, por narrativas propagandísticas rusas. Estos esfuerzos incluyen el impulso de contenidos políticos divisivos, la promoción de teorías conspirativas y la manipulación sutil de la opinión pública conforme a los objetivos del Kremlin. Este fenómeno ilustra cómo la guerra informativa rusa no solo busca desestabilizar Estados extranjeros, sino también infiltrarse en la estructura social y psicológica de sus poblaciones. Las batallas ideológicas que comienzan en las calles de Tiflis o Kiev ahora resuenan en el discurso político en todo Estados Unidos.
Por eso, Georgia no debe considerarse solo un ejemplo regional. Es un estado en primera línea de un conflicto global más amplio entre la gobernanza democrática y el expansionismo autoritario.
Ceguera occidental: un error estratégico
Tras la invasión de 2008, Georgia fue erróneamente clasificada como un país “postconflicto”. Los gobiernos occidentales redirigieron su atención y recursos a otros lugares, creyendo equivocadamente que allí reinaba la estabilidad. Esta negligencia permitió que Rusia consolidara su influencia en las instituciones, la economía y el panorama mediático de Georgia.
La incapacidad de responsabilizar a Rusia en 2008 la envalentonó para anexionarse Crimea en 2014, y más tarde para invadir el este de Ucrania. El Kremlin entendió que las acciones agresivas conllevaban poco riesgo y grandes recompensas. El precio del apaciguamiento solo se hizo evidente cuando en 2022 estalló una guerra a gran escala en Ucrania.
Esto resulta especialmente lamentable teniendo en cuenta la impresionante transformación de Georgia tras 2003. Después de la Revolución de las Rosas, Georgia emprendió profundas reformas democráticas y económicas. Estos esfuerzos fueron tan exitosos que, tras el Euromaidán ucraniano de 2014, Kiev recurrió a funcionarios y expertos georgianos para ayudar en la implementación de reformas. Este intercambio internacional subraya la lucha común y el valor mutuo de estos dos países en la promoción de la causa democrática en Europa del Este.
Georgia y Ucrania: una resistencia interconectada
Georgia y Ucrania no son solo casos paralelos. Son frentes interconectados en una única lucha estratégica. A principios de la década de 1990, voluntarios ucranianos murieron junto a los georgianos en Abjasia, luchando no solo contra separatistas, sino también contra tropas y equipamiento rusos. Desde 2014 se ha confirmado la muerte de al menos 94 voluntarios georgianos en Ucrania. Aunque no es la cifra total más alta, las bajas georgianas son las más altas per cápita entre las nacionalidades europeas.
Esta conexión también se confirma en las exigencias expresadas por el propio Kremlin. Según una reciente investigación de Reuters, basada en tres fuentes anónimas involucradas en las negociaciones de paz, Rusia exigió garantías escritas de que la OTAN no seguiría ampliándose hacia el este. Esta condición no se limitaba a Ucrania. La exigencia de Moscú incluía a Georgia, Moldavia y otros Estados postsoviéticos, situándolos en las “líneas rojas” estratégicas del Kremlin. Según los informes, Rusia insistió en el abandono total de la política de puertas abiertas de la OTAN en Europa del Este. Además, las condiciones de paz rusas incluían la neutralidad de Ucrania y el levantamiento de las sanciones occidentales.
Estas exigencias no dejan lugar a dudas. La guerra no trata solo sobre Ucrania. Se trata de impedir la integración euroatlántica en todo el espacio postsoviético. Georgia y Ucrania son un objetivo común y deben ser defendidas conjuntamente.
Si Georgia cae o se desestabiliza, Ucrania será vulnerable por el sur. Si Ucrania se debilita, Georgia pierde a un socio estratégico en su propia resistencia. La seguridad de uno refuerza la seguridad del otro.
Un momento de decisión estratégica
El colapso del Corredor del Norte debido a las sanciones, la guerra y la degradación de la infraestructura ha aumentado la importancia del Corredor Medio. Esto hace que la estabilidad de Georgia sea esencial. Sin embargo, los recientes acontecimientos internos ponen en riesgo dicha estabilidad.
Aunque Georgia obtuvo el estatus de país candidato a la UE, la retórica del gobierno se ha vuelto marcadamente euroescéptica. En noviembre de 2024, las declaraciones antieuropeas del primer ministro provocaron la renuncia masiva de funcionarios prooccidentales. A pesar de que las banderas de la Unión Europea siguen ondeando en los edificios gubernamentales, la brecha entre las aspiraciones sociales y las acciones oficiales se ha ampliado.
Este cambio político refleja tácticas observadas en otros países que han sufrido influencia autoritaria híbrida. La captura institucional progresiva ocurre bajo el disfraz de continuidad democrática. El caso georgiano ilustra el modelo de “la rana que hierve”, en el que la erosión del soberanía y la confianza pública ocurre lenta pero deliberadamente, en lugar de mediante una represión militar abierta.
El legado democrático de Georgia y sus promesas incumplidas
Georgia no es nueva en cuanto a valores europeos. Ya en 1918, la Primera República Democrática de Georgia otorgó a las mujeres el derecho total al voto. En 1919, cinco mujeres fueron elegidas al parlamento, anticipándose a reformas similares en Francia, Reino Unido y Estados Unidos. A pesar de la ocupación soviética, este compromiso con la identidad democrática perduró.
Hoy en día, la sociedad georgiana sigue reflejando ese legado. El apoyo público a la integración en la UE y la OTAN sigue siendo abrumador, y los valores democráticos se transmiten de generación en generación. Sin embargo, a diferencia del Euromaidán ucraniano de 2014, la actual crisis democrática en Georgia no ha suscitado el mismo nivel de implicación y solidaridad internacional.Protestas en Georgia en 2024-2025


Los gobiernos, medios e instituciones occidentales desempeñaron un papel destacado y activo durante las protestas del Euromaidán. Diplomáticos estuvieron físicamente presentes junto a los manifestantes en Kiev. La sociedad civil recibió un apoyo internacional constante. La cobertura en los medios globales ayudó a frenar la violencia autoritaria. En cambio, la crisis en Georgia en 2025 se ha desarrollado en un contexto de escasa presencia diplomática, declaraciones vagas y mínima visibilidad en los medios internacionales. Se han ofrecido pocos gestos simbólicos o materiales de apoyo, a pesar de que las organizaciones de la sociedad civil se han convertido cada vez más en blanco de persecución bajo la legislación propuesta sobre “agentes extranjeros”.
Mientras Ucrania experimentó una movilización nacional unificada contra una traición evidente —el rechazo del Acuerdo de Asociación con la UE—, la oposición georgiana sigue fragmentada. Años de desilusión, manipulación electoral y temor a provocar una escalada rusa han debilitado la resistencia colectiva. La erosión de las normas democráticas en Georgia ha sido lenta y se ha ocultado bajo una legalidad manipulada. Esto ha privado al público de un momento claro de despertar.
El Kremlin explota esta ambigüedad. Muchos georgianos temen que los disturbios puedan justificar una escalada militar rusa directa, especialmente dado lo cerca que están los territorios ocupados. Esta amenaza se agrava por la ausencia de un respaldo occidental coherente y fiable. A diferencia de 2014, cuando Occidente trató de redimirse de su inacción en Georgia apoyando a Ucrania, la reacción actual está marcada por una ambivalencia estratégica. Algunos actores occidentales mantienen relaciones con las élites georgianas o evitan la confrontación abierta, temiendo una desestabilización.
Como resultado, se está formando un vacío peligroso. Las aspiraciones democráticas de Georgia siguen siendo vitales, pero están cada vez más aisladas.
Las protestas llevan más de 190 días consecutivos, reflejando un compromiso inquebrantable con los valores democráticos y la integración europea. El mensaje central que resuena desde las calles, las pancartas y las plataformas ciudadanas es a la vez desafiante e inspirador: “Somos Georgia, por tanto somos Europa”. No es solo un lema. Es una declaración de identidad y de rumbo.Protestas en Georgia en 2024-2025
Conclusión: la claridad estratégica no puede posponerse
Georgia y Ucrania no son dos crisis. Son dos caras de la misma amenaza estratégica. Considerarlas como conflictos aislados es no entender la naturaleza del peligro. Rusia considera a ambos países cruciales para sus ambiciones imperiales y emplea las mismas herramientas —guerra híbrida, desinformación, ocupación y coacción— para lograr sus objetivos.
Apoyar a Georgia no es una cuestión de buena voluntad. Es un acto de previsión estratégica. Permitir que Georgia se desmorone supone poner en serio riesgo la seguridad energética europea, la estabilidad del mar Negro y la confianza democrática en Occidente.
Ucrania no podrá tener éxito si Georgia se derrumba por el sur. Georgia no resistirá si Ucrania queda aislada. La seguridad de uno refuerza la seguridad del otro. Como afirmó Brzezinski, controlar este espacio determina “no solo el destino de la región, sino también el equilibrio global de poder”.
La claridad estratégica no es opcional. Es un imperativo. Y el momento de actuar es ahora.
Autor: David Jandjalia
David Jandjalia es analista de seguridad y estratega geopolítico especializado en guerra híbrida, seguridad del mar Negro y política de defensa euroatlántica. Su trabajo combina experiencia operativa en contextos de alto riesgo en Georgia y Ucrania con un profundo enfoque en los patrones históricos de expansión autoritaria. Ofrece conclusiones estratégicas sobre la resiliencia democrática, la disuasión regional y la dinámica geopolítica postsoviética en evolución.