Siluetas híbridas de la OTAN: la adhesión nuclear de Ucrania

Vadym Kovalenko
Photo: EPA
Hay Estados que existen en el límite entre la paz y la guerra, entre la historia y el futuro. Ucrania se ha convertido en ese límite para la civilización que llamamos occidental. Aquí no luchan solo los ejércitos, sino también las ideas sobre el sentido de la defensa colectiva, los límites del miedo al enemigo y el precio de la libertad. Se pueden seguir contando riesgos, dudando, redactando memorandos, pero en el siglo XXI la defensa no se mide en kilómetros de fronteras, sino en la velocidad de las decisiones.
La realidad actual muestra que el bombardeo de una central nuclear ucraniana es una prueba de la disposición del mundo civilizado a defender la propia idea de seguridad. Se hace evidente: la Alianza necesita abandonar la lógica de la estrategia de la “expansión” y adoptar la lógica de la existencia adaptativa. Precisamente de esa lógica puede surgir la “adhesión nuclear” de Ucrania a la OTAN, no como símbolo de una alianza política, sino como punto de no retorno para todo el sistema euroatlántico.
El mito de la expansión de la OTAN hacia el Este
La expansión de la OTAN tras el final de la Guerra Fría suele presentarse en la retórica oficial rusa como un avance agresivo de la Alianza hacia las fronteras orientales, que supuestamente rompió el equilibrio de seguridad en Europa. Y la propaganda rusa logró inocular ese virus en las mentes occidentales. Sin embargo, si uno pregunta a un polaco o a un checo, oirá una lógica completamente diferente. Para esos países, el término “adhesión a la OTAN” no significaba una expansión hacia el Este, sino una huida hacia el Oeste, una huida del peligro de volver al control de Moscú. La experiencia de formar parte del Pacto de Varsovia se asociaba con la pérdida de soberanía, el emplazamiento forzoso de bases militares soviéticas y la intervención sistemática en la política interna. En la práctica, un soberanía limitada a ojos de Occidente y condicional a ojos de la URSS. Las invasiones de las tropas del Pacto de Varsovia en Hungría en 1956 y en Checoslovaquia en 1968 dejaron una profunda huella psicológica, por lo que para las élites de la región resultaba evidente: sin garantías externas, la independencia de los Estados de Europa del Este siempre estaría en peligro.
Cuando la Unión Soviética se derrumbó, los países de Europa Central se enfrentaron a una disyuntiva (en realidad bastante simple para ellos): quedarse en la “zona gris” entre Moscú y Bruselas o aspirar a integrarse en las estructuras euroatlánticas. La elección fue inequívoca: la integración en la OTAN no se veía como una aventura, sino como la única forma de supervivencia.
Los países occidentales, al principio, abordaron esta idea con cautela, temiendo provocar en exceso a Moscú. Sin embargo, poco a poco comprendieron que la seguridad de Europa no podía garantizarse sin la estabilización de sus fronteras orientales. La adhesión de Polonia, Chequia y Hungría a la OTAN en 1999, y más tarde la de los países bálticos y Rumanía en 2004, fue el resultado de la presión de esos mismos Estados, y no de un exceso de iniciativa por parte de Bruselas o Washington.
Es fundamental subrayar que su ingreso en la Alianza no creó nuevas amenazas, sino que neutralizó las antiguas. Para Ucrania, este matiz es especialmente relevante: los intentos de mantener al país en la esfera de un “estatus no alineado” solo refuerzan el peligro del revanchismo ruso. La lógica de la “huida hacia el Oeste” a través de la integración en la OTAN no es un acto de agresión, sino, por pura analogía, una forma de supervivencia ante un vecino agresivo. De la misma manera, la adhesión de Ucrania a la OTAN terminará igual: no creando nuevas amenazas, sino neutralizando las antiguas.
Qué hay en la base del ultimátum de Rusia
En diciembre de 2021, la Federación Rusa presentó a Occidente una serie de exigencias que pueden considerarse un ultimátum: el rechazo de la OTAN a una nueva ampliación, la retirada de la infraestructura de la Alianza de los territorios incorporados después de 1997 y garantías jurídicas de la “inviolabilidad de las esferas de influencia”. Estas exigencias se convirtieron en el fundamento ideológico de la posterior agresión a gran escala contra Ucrania. Para entender su lógica, es necesario separar los temores oficiales del Kremlin de los motivos ocultos que determinan su política.
En la retórica oficial rusa, la OTAN aparece como una amenaza militar que se acerca a las fronteras de la Federación Rusa. El Kremlin apela a los argumentos de la “seguridad histórica” y del “equilibrio de fuerzas”. Esa argumentación se estructura en tres tesis:
La expansión de la OTAN supuestamente viola los acuerdos de principios de los años noventa, cuando Occidente “prometió no avanzar hacia el Este” (argumento que no está documentado históricamente).
El emplazamiento de la infraestructura de la Alianza cerca de las fronteras rusas se presenta como una amenaza directa de invasión militar.
La adhesión de Ucrania a la OTAN se interpreta como una “línea roja” que crea el peligro de emplazar misiles y sistemas antimisiles estadounidenses directamente junto a los centros rusos de toma de decisiones.
Estas tesis se declaran como “racionales”, pero más bien sirven de cortina. Los verdaderos motivos del ultimátum ruso se encuentran en el ámbito de la política interna. Es el miedo a perder el control sobre Ucrania, ya que una Ucrania democrática y europea exitosa representa una amenaza existencial para el régimen autoritario ruso, y su integración en la OTAN y la UE destruye la doctrina del “mundo ruso”. De lo primero se deriva un segundo miedo: el miedo a la desintegración de su propio imperio. El Kremlin considera a Ucrania como el “núcleo histórico” del imperio. Además, tan esencial como la propia Rusia, porque si se toma la historia del pensamiento intelectual, cierta élite de intelectuales rusos de la época zarista incluso reconocía la superioridad del pensamiento intelectual ucraniano sobre el ruso, en el sentido de que la fuente original en esta pareja es precisamente la ucraniana. La pérdida de Kiev socava definitivamente las pretensiones de Moscú de ser un “centro de poder”, especialmente desde el punto de vista de sus aspiraciones a una dominación exclusiva en el mundo ortodoxo. En tercer lugar, mencionaría el miedo a perder el control sobre los recursos. Ucrania posee importantes capacidades agrícolas, energéticas y de tránsito. La integración de estos activos en los sistemas económicos occidentales significa para Rusia la pérdida de un instrumento geopolítico de presión.
Hablando alegóricamente, Ucrania es el espejo en el que Rusia ve su propia fragilidad, su carácter secundario y su fealdad, y por eso busca romper el espejo.
Los miedos de Occidente respecto a la adhesión de Ucrania a la OTAN
En cuanto a la adhesión de Ucrania a la OTAN, la posición de los países occidentales puede describirse, en el mejor de los casos, como una vacilación estratégica, pero en la mayoría de los casos podemos hablar de confusión estratégica y de miedo estratégico. Si para Ucrania la integración en la Alianza es una cuestión de supervivencia, para los países miembros de la OTAN es una cuestión de equilibrio entre riesgos y beneficios. Los miedos de Occidente pueden dividirse en dos grupos: los relacionados con la adhesión de Ucrania y los vinculados a la posible conquista de Ucrania por parte de Rusia en caso de demora.
Miedos de seguridad
La principal preocupación de la mayoría de los aliados es el riesgo de un enfrentamiento directo con Rusia. En caso de adhesión de Ucrania, las garantías del artículo 5 obligarían a la OTAN a reaccionar ante cualquier nueva agresión rusa, lo que situaría a la Alianza ante la perspectiva de una guerra con una potencia nuclear. Este escenario se describe en los debates políticos como “la implicación de la OTAN en la guerra”. Además, debido a la imprevisibilidad de la reacción rusa, las élites occidentales temen que incluso el proceso de integración de Ucrania en la OTAN pueda ser interpretado por el Kremlin como una señal para actuar de forma aún más agresiva —desde la movilización hasta el uso de armas nucleares tácticas—. Dado que algunos miembros de la Alianza (por ejemplo, Hungría) tradicionalmente muestran ambigüedad respecto a las sanciones y la ayuda militar a Ucrania, algunos países occidentales dudan de la cohesión interna de la OTAN en caso de que sea necesario defender a Ucrania. Además, Occidente tiene en cuenta la complejidad financiera y logística de la integración de Ucrania. Posee largas fronteras con Rusia y Bielorrusia que habría que reforzar, lo que requeriría el despliegue de brigadas adicionales, defensa antiaérea e infraestructura aérea. Para algunos miembros de la Alianza, esto representa una carga financiera excesiva.
Miedos sobre las consecuencias de la derrota de Ucrania
Al mismo tiempo, Occidente tiene otro conjunto de miedos, no menos importantes. Si Rusia gana y conquista territorios ucranianos, la OTAN se enfrentará a nuevas amenazas.
En primer lugar, el frente ruso se acercará directamente a Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumanía. Esto eliminará la “zona de amortiguamiento” y convertirá a estos países en Estados de primera línea de defensa, mientras que el mar Negro tiene todas las posibilidades de convertirse en un mercado de carrera armamentística (en el agua, bajo el agua, en el aire y en la infraestructura costera). De hecho, la OTAN se verá obligada a invertir aún más recursos en su flanco oriental que en el caso de la adhesión de Ucrania.
En segundo lugar, Rusia obtendrá el control sobre activos críticos de Ucrania: exportaciones de cereales, yacimientos de uranio, titanio y litio, así como sobre el sistema de transporte de gas, los recursos hidroenergéticos y los puertos marítimos. Tal control convertiría a Moscú en el principal proveedor de una serie de recursos estratégicos, debilitando la seguridad energética y tecnológica de la UE, y del mundo. La UE obtendría un nuevo “monopolista energético y agrícola” en la figura de Moscú.
En tercer lugar, se reducirá el tiempo de vuelo de los misiles rusos hacia las capitales europeas. Desde el territorio de Ucrania, Moscú obtendría ventaja en la velocidad de ataque sobre Varsovia, Bucarest o incluso Berlín. Esto aumenta la probabilidad de chantaje nuclear y reduce la eficacia de los sistemas de defensa antimisiles.
En cuarto lugar, Occidente es consciente de que actualmente los dos ejércitos terrestres más capaces de Europa son el ucraniano y el ruso. Y a la luz del curso de la historia, lamentablemente, hay todas las razones para pensar que Europa, tarde o temprano, tendrá que luchar contra ambos ejércitos en lugar de contra uno solo.
Y, por último, la imagen geopolítica de Occidente se verá afectada. Si Ucrania se queda sola y es destruida, será una señal de que Rusia puede dictar condiciones no solo en el espacio postsoviético, sino en Europa del Este en general. Y, de forma indirecta, imponer sus condiciones de seguridad a toda la Unión Europea. En esencia, debido a la degradación del principio de “puertas abiertas”, la OTAN reconocería de facto el derecho de veto de Rusia sobre sus propias acciones.
Así pues, Occidente se encuentra ante un dilema: la adhesión de Ucrania implica el riesgo de una rápida escalada y la necesidad de recursos considerables de forma inmediata. La no adhesión de Ucrania supone una amenaza de una escalada aún mayor y una derrota estratégica a medio plazo.
La elección entre estos miedos muestra que el verdadero desafío para la OTAN no es la “excesiva” incorporación de Ucrania, sino la ausencia de una estrategia clara de contención frente a Rusia. Considero que ha llegado el momento de generar discursos de conceptos híbridos sobre la cuestión de la adhesión o no adhesión de Ucrania a la OTAN.
Los miedos de Ucrania respecto a la “no adhesión” a la OTAN
Para Ucrania, la membresía en la OTAN no es una elección política ni un objetivo táctico, sino, ante todo, una cuestión de supervivencia física. La ausencia de garantías de defensa colectiva significa que el país se ve obligado a resistir por sí solo frente a un Estado agresor con un potencial militar, económico y demográfico mucho mayor. Ucrania formó parte de esa terrible maquinaria; sus generales e ingenieros, dentro de la URSS, contribuyeron a crear esa “grandeza del avance y las ideas imperiales”, y por ello los ucranianos conocen perfectamente la dirección del movimiento de la Rusia profunda y el valor de la palabra de su liderazgo o de un general ruso. Lo saben mejor que cualquier think tank. Por tanto, los temores de Ucrania respecto a no ingresar en la OTAN no son teóricos, sino completamente existenciales. Pueden dividirse en tres dimensiones principales: la de seguridad, la económica y la política.
El riesgo principal para Ucrania es la reanudación de la guerra sin perspectiva de una paz definitiva. La falta de adhesión a la OTAN significa que Rusia siempre tendrá espacio para la agresión, utilizando la “zona gris” (por cierto, el “problema de las zonas grises” debería resolverse doctrinalmente por los teóricos militares occidentales en un enfoque conjunto con Ucrania, y de inmediato, ya que las zonas grises, aunque no de tal magnitud, pueden aparecer en los países bálticos) como campo de presión y chantaje. Sin la OTAN, Ucrania seguirá siendo vulnerable a nuevos ataques. El Kremlin interpretará la no adhesión de Kiev como la confirmación de la “legitimidad” de su propia esfera de influencia.
Otro aspecto importante para este artículo es el chantaje nuclear y energético. Incluso sin la central nuclear ocupada, Ucrania posee la segunda mayor infraestructura de energía atómica de Europa. Sin garantías internacionales de seguridad, estas instalaciones estarán constantemente bajo riesgo de provocaciones militares, lo que representa una amenaza para todo el continente.
La no alineación de Ucrania también supone una pérdida de tiempo en el rearme. Un país que no está integrado en los sistemas de la OTAN se ve obligado a renovar su ejército por sí mismo y en plazos muy inferiores a los mínimamente necesarios. Si a esto añadimos la necesidad de renovar la economía y la infraestructura en general, se comprende que los ya limitados recursos de Ucrania se dispersarán en todo el espectro de proyectos sociales y estatales. Por supuesto, esto en cierta medida (espero que en gran medida) se compensará con inversiones, pero estas dependerán en gran parte de la coyuntura política. Es muy posible que, en condiciones de una paz frágil, desaparezca la tensión moral de “los ojos de Zelenski y del mundo” de los hombros de los líderes occidentales, y el ciclo de responsabilidad moral se renueve (esta generación de políticos habrá hecho lo que pudo, habrá cumplido su palabra en el apoyo a Ucrania hasta el final).
Además, y aquí pasamos a los temores económicos, la no adhesión a la OTAN mantiene a Ucrania con el estatus de “país de riesgo”. Ninguna empresa transnacional invertirá a largo plazo en una economía que está bajo la amenaza constante de guerra. Los paquetes de inversión siempre serán menores de lo potencialmente posible (y esta década es una ventana de oportunidad para Ucrania; no volverá a haber tanta atención acompañada de promesas morales de reconstrucción). Incluso en el contexto del inicio de la reconstrucción posbélica, Ucrania solo podrá contar con programas a corto plazo dentro de una evaluación de riesgo. Es decir, Ucrania quedará fuera de la verdadera planificación de la UE, que se mide en pasos de 20, 25 o 30 años. En otras palabras, será una financiación residual (aunque quizá impresionante desde la perspectiva cotidiana de los propios ucranianos).
Siempre existirá el riesgo de perder sectores estratégicos. Rusia seguirá intentando inutilizar infraestructuras críticas —energía, transporte, logística agrícola, tránsito marítimo— y limitar las inversiones occidentales en minerales raros. Sin el paraguas de la OTAN, el ciudadano ucraniano promedio no formará en su mente la convicción de que la guerra ha terminado para siempre, por muchas garantías nacionales que se otorguen a Ucrania. Por lo tanto, el recurso económico más importante —las personas— también será incompleto.
A estos problemas se suma el riesgo de inestabilidad política. La llamada “zona gris” puede alimentar el populismo, los movimientos radicales y servir de caldo de cultivo para las narrativas prorrusas que exploten la decepción de la población. Pero en la dimensión política, lo más importante es la limitación de la soberanía: si Ucrania no obtiene garantías de la OTAN, su política seguirá dependiendo de los acuerdos circunstanciales de las grandes potencias. En el peor de los casos, el futuro del país podría volver a convertirse en objeto de “grandes acuerdos” sin la participación de Kiev.
Así pues, si los países de la Alianza temen los “riesgos excesivos” de la membresía de Kiev, Ucrania teme perder la propia posibilidad de existir como Estado independiente. Cada rechazo o aplazamiento de la integración solo consolida la “zona gris”, donde Rusia pone a prueba una y otra vez los límites de la paciencia de Occidente mediante una política de “anexión progresiva”.
El enfoque por clústeres como mecanismo temporal de aplicación del artículo 5.
Por lo tanto, parece fundamental mantener el principio de las “puertas abiertas” de la OTAN y combinar la irreversibilidad del rumbo de integración defensiva de Ucrania con mecanismos que reduzcan para Occidente los riesgos de escalada. Ese equilibrio es posible mediante una fijación jurídica sistemática de la membresía y la implementación simultánea de instrumentos de “defensa colectiva limitada”, es decir, de clústeres.
Una reforma estructural de la OTAN podría proporcionar la posibilidad jurídica de limitar las garantías del artículo 5 a ámbitos concretos (clústeres): por ejemplo, la protección exclusiva de infraestructuras submarinas, o únicamente de objetivos aéreos, la protección de infraestructuras críticas (presas, instalaciones portuarias claramente definidas), la protección de instalaciones nucleares (centrales), la ciberseguridad o la bioseguridad. Por supuesto, cada tipo de clúster debería tener procedimientos de reacción y respuesta claramente establecidos. En mi opinión, esto aportará flexibilidad a la Alianza: la amplitud de maniobra que se obtendrá permitirá un abanico de decisiones posibles. ¿Por qué la Alianza es actualmente rehén de la estrategia crítica de la “no escalada”? Precisamente por su carácter abarcador.
Considero que este enfoque híbrido es una de las pocas (si no la única) posibilidades para que Ucrania obtenga un estatus irreversible de miembro de la OTAN y, al mismo tiempo, reduzca considerablemente el nivel de responsabilidad de Occidente, y por tanto, sus temores a tener que responder a una agresión contra Ucrania. Y de todos los posibles clústeres, el que más me interesa es el nuclear.
El clúster nuclear como primera etapa de la adhesión híbrida de Ucrania a la OTAN
Entre todas las posibles áreas de cooperación entre Ucrania y la OTAN, la seguridad nuclear posee el mayor nivel de legitimidad en el derecho internacional y el menor potencial de escalada política. No se trata solo de proteger la infraestructura energética: se trata de prevenir una catástrofe nuclear cuyas consecuencias no tendrían fronteras estatales. Cualquier bombardeo de una central nuclear en Ucrania representa una amenaza potencial para los ciudadanos de Polonia, Eslovaquia, Rumanía, Hungría, Moldavia y, debido a las corrientes de aire, para todo el continente. Por tanto, la protección de las centrales nucleares ucranianas no es un asunto interno de Ucrania, sino una función directa de la seguridad colectiva de Europa.
Precisamente este sector puede y debe convertirse en el primer clúster experimental dentro del cual el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte se aplicará de forma híbrida —limitada, pero real—. No se trata de una integración total de Ucrania en la seguridad de la OTAN (aunque el estatus de miembro de la OTAN tiene un único significado), sino del lanzamiento de un clúster de seguridad nuclear, en cuyo marco el territorio que rodea cada central nuclear en Ucrania se considerará parte del espacio defensivo de la Alianza.
Este formato constituye un compromiso estratégico que, simultáneamente:
No prevé el despliegue total de contingentes a lo largo de la línea del frente ni la respuesta a un ataque en ella;
Implica neutralidad en el sentido político (ya que Ucrania y la OTAN no se ven automáticamente involucradas en todos los conflictos de la otra parte);
Tiene una justificación internacional indiscutible (la prevención de catástrofes nucleares es obligación de todos los Estados conforme a la Convención sobre Seguridad Nuclear de 1994 y las Resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU nº 1540 y nº 1887);
Se ajusta al mandato del OIEA y puede implementarse en coordinación con la Agencia como socio técnico de la OTAN.
En resumen, el resultado sería la siguiente estructura:
La OTAN estaría obligada a “proteger cada pulgada” únicamente dentro del cuadrado que rodea las centrales nucleares ucranianas, sin obligación de responder a una agresión militar en otras partes del territorio de Ucrania; mientras que Ucrania sería un miembro (pleno) de la OTAN que elige voluntariamente participar solo en un clúster y se compromete a ayudar a otros países de la Alianza únicamente en caso de ataque contra sus instalaciones nucleares.
Modelo de clúster
El clúster nuclear prevé la creación de un cuadrado de protección alrededor de cada central —aproximadamente de 20 × 20 km— en el que se desplegarán unidades de reacción rápida de la Alianza de hasta una brigada (o su equivalente).
En este cuadrado:
Se implementa un régimen de cielo cerrado: cualquier objeto aéreo desconocido que cruce el perímetro puede ser destruido; se podrían firmar acuerdos con los gobiernos nacionales para derribar objetos fuera del cuadrado si existen datos objetivos sobre una amenaza para el mismo (en términos sencillos: interceptar misiles en aproximación).
Se crea un sistema mixto de vigilancia (inteligencia, radar, monitoreo por satélite); se notifica al país sobre los peligros en la región donde se encuentra el cuadrado.
Se prevé la presencia civil del OIEA como observador con un mandato permanente.
En esencia, se trata de una “cúpula protectora”, y dicha cúpula se convertirá en el primer espacio jurídicamente definido de la OTAN en territorio ucraniano donde operen mecanismos de defensa colectiva en un ámbito limitado.
Atractivo político de la concepción para los aliados
El clúster nuclear ofrece a los socios occidentales una forma institucionalmente cómoda de apoyar a Ucrania sin entrar en un enfrentamiento abierto con la Federación Rusa. Pero, sobre todo, permite eliminar de una vez por todas la exigencia del Kremlin de que Ucrania no se una a la OTAN, lo que proporcionará un importante alivio político a los países de Europa del Este. No olvidemos que para la UE esto también supone una garantía de seguridad medioambiental.
Lo más importante es que un paso así difícilmente podría ser interpretado por Moscú ante el resto del mundo como una expansión agresiva de la OTAN, ya que tiene un carácter exclusivamente defensivo y humanitario, destinado a prevenir catástrofes tecnológicas.
Para Ucrania, el clúster nuclear representa el inicio real, no declarativo, de la aplicación del artículo 5. De hecho, constituye un precedente de participación mutua en la defensa.
Las ventajas son evidentes:
Garantía de seguridad física de los principales objetos energéticos;
Creación de un contingente permanente de aliados en el territorio del país;
Integración de Ucrania en el sistema de mando de la OTAN;
Aceleración de la sincronización de protocolos y tecnologías;
Refuerzo de la confianza de los inversores y de la seguridad social.
En una dimensión estratégica, esto supone el comienzo de una “normalización de la membresía”.
En cuanto a los inconvenientes, es difícil mencionar algo más allá de la posible concentración de la atención del enemigo en los objetos nucleares con el fin de poner a prueba las líneas rojas de la OTAN. Sin embargo, tales acciones podrían alejar definitivamente de Rusia a sus socios económicos (con consecuencias casi inmediatas para la economía rusa). Además, los riesgos deben medirse al menos en un horizonte de 5 a 10 años (las personas en el Kremlin dispuestas a elevar tanto la escalada podrían ya no estar allí).
Por supuesto, una membresía tan asimétrica (léase “respuesta asimétrica”) requiere cambios sustanciales en el Estatuto de la OTAN, lo cual supone un desafío de voluntad considerable (por el momento casi imposible de implementar).
Los nuevos artículos de la Alianza podrían tener el siguiente aspecto:
Artículo 5¹
Los Estados participantes podrán, de común acuerdo, crear clústeres de defensa especializados, cuyo objetivo sea la formación conjunta, el intercambio de información, la respuesta operativa y la defensa colectiva dentro de ámbitos específicos de seguridad.
Cada clúster tiene su propio reglamento de actuación, pero se rige por los principios generales del Tratado del Atlántico Norte.
La adhesión de un Estado a un clúster determinado no conlleva la totalidad de las obligaciones del Artículo 5, salvo acuerdo unánime de todos los miembros.
Artículo 10¹
Podrá ser invitado a la Organización cualquier Estado europeo capaz de contribuir a la seguridad de la región del Atlántico Norte.
Por acuerdo común, dicho Estado podrá ser admitido como participante en uno o varios clústeres de defensa, con membresía plena en todas las estructuras de la OTAN.
Artículo 12¹
Cuando sea necesario, el Consejo podrá modificar este Tratado con el fin de ampliar los mecanismos de cooperación en defensa, incluidos los formatos de clúster.
Diferencia con la membresía asociada
También es necesario precisar que esta forma de participación difiere significativamente de la membresía asociada o de cualquier otra forma limitada de adhesión. El formato de clúster implica igualdad de estatus entre todos los miembros, acceso a la planificación operativa, derecho de veto y elimina la retórica de una asociación jerárquica o de la imposición de condiciones. Si existe alguna incertidumbre, esta se refiere al momento de apertura de otros clústeres (recordemos que un clúster no implica solo derechos, sino también obligaciones y, por tanto, costes).
Un Estado que se una a la OTAN bajo un nuevo Estatuto con formato de clúster se convierte en miembro de la Organización en el plano del derecho internacional: ratifica el Tratado de Washington, tiene representación en el Consejo del Atlántico Norte, participa en la toma de decisiones, firma protocolos, etc. Un miembro de la OTAN decide de manera independiente —mediante resolución interna (parlamento, gobierno)— los clústeres en los que: aplica las disposiciones del Artículo 5; participa en ejercicios y financiación conjunta; despliega o acoge fuerzas de la OTAN; concede acceso a datos, instalaciones y tecnologías.
Este formato tampoco tiene como objetivo crear una “membresía aplazada” o una “fase transitoria”, como a menudo se ha propuesto. Se trata de una membresía plena, solo segmentada operativamente según las áreas de defensa (clústeres). No existen categorías como “limitación”, “aplazamiento” o “congelación”. Por tanto, no se presentará como una sustitución, sino como un nuevo tipo de adaptación institucional de la Alianza a la seguridad híbrida del siglo XXI. Quizás sea precisamente la respuesta híbrida que se estaba buscando.
De este modo, el modelo de clúster no es una “membresía debilitada”. Simplemente constituye una nueva categoría de membresía dentro de la propia OTAN, compatible con el derecho internacional y realmente flexible ante los desafíos modernos de seguridad.
Anulación de las exigencias de Rusia
Lo importante es que, en primer lugar, este formato hace imposible la aplicación de la exigencia de “garantías de no adhesión de Ucrania a la OTAN”. El hecho jurídico de la membresía se produce, y se produce de tal manera que los “temores justificados” de Rusia pierden en gran medida su fuerza persuasiva. La limitación operativa (la aplicación del Artículo 5 solo al clúster nuclear) no viola los principios de la Alianza, pero al mismo tiempo minimiza la confrontación política: Rusia pierde la base formal para interpretar esto como una “adhesión con amenaza”.
En segundo lugar, también se descartará la segunda exigencia de Rusia sobre la no presencia de contingentes de la OTAN en el territorio ucraniano. El modelo de clúster neutraliza esta exigencia, aunque mediante varios aspectos peculiares:
El punto más fundamental es la localización del contingente. Las fuerzas militares de la OTAN se despliegan únicamente dentro del clúster de seguridad nuclear, en un cuadrado de 20×20 km alrededor de las centrales nucleares, que son objetos de infraestructura crítica internacional.
Definición jurídica exhaustiva de las funciones del contingente, a saber: garantizar la protección de las instalaciones nucleares y controlar el espacio aéreo sobre ellas.
Creación por parte de la Alianza de un régimen de “presencia defensiva neutral”. El envío del contingente dentro de este régimen reduce públicamente parte de la tensión política. La presencia de fuerzas de la OTAN se interpreta no como preparación para acciones ofensivas o como una “colonización” en el marco de la expansión, sino como una garantía internacional de seguridad.
Aquí, por supuesto, la OTAN debe desarrollar un aparato conceptual adecuado. Pero las consecuencias de descartar estas dos exigencias rusas son de gran importancia. En primer lugar, se destruye parte del esfuerzo propagandístico: este caso deberá ser olvidado o bien reconocida la derrota geopolítica en el marco de dichas exigencias. Y al mismo tiempo ya no será posible apelar arbitrariamente a la idea de que “la bota del soldado de la OTAN está en la frontera”.
Interacción de la OTAN con el OIEA
Además de que la solución descrita es una maniobra no convencional y asimétrica que encubre una membresía plena en la OTAN, la naturaleza híbrida de este enfoque también radica en que la seguridad nuclear pertenece al ámbito civil. A nivel macro está regulada por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). Por lo tanto, la implementación del clúster podría darse en un formato de cooperación OTAN–OIEA, en el que el OIEA sería responsable de la supervisión, auditoría y control técnico de la seguridad de las instalaciones, mientras que la OTAN se encargaría del componente defensivo, es decir, la protección física, la zona de vigilancia y la respuesta ante amenazas. Esto consolidaría el principio de que seguridad nuclear = componente de la seguridad internacional de defensa. Un marco conjunto con el OIEA podría privar a Rusia de argumentos sobre una “expansión militar de la OTAN”, ya que la presencia conjunta dentro del “cuadrado” adquiriría parcialmente un mandato civil. Además, (con o sin el OIEA) la OTAN podría desarrollar una serie de protocolos científico-técnicos de seguridad en el ámbito de la energía nuclear.
Tres maniobras para Ucrania
La idea de una membresía “en clúster” de Ucrania en la OTAN, donde la defensa de las instalaciones nucleares sea la fase inicial, abre ante Kiev tres maniobras políticas y de seguridad.
Maniobra del tiempo. El clúster nuclear se convierte en una institución que permite a Occidente adaptar su voluntad política, sus marcos jurídicos y la opinión pública a lo inevitable: la apertura mutua total de los clústeres entre Ucrania y la OTAN. Para Ucrania, esto significa ganar un tiempo crítico para reforzar su base de defensa e industria, y desplegar un sistema de plena interoperabilidad con la OTAN. Cada día vivido en el formato de membresía reduce el espacio para el revanchismo ruso y, en términos generales, constituye una de las principales razones por las que Rusia podría abandonar la táctica de ampliar zonas grises para luego absorberlas.
Maniobra de ampliación de los clústeres de defensa. El segundo ámbito estratégico es la perspectiva de una ampliación gradual de los clústeres de defensa. Por supuesto, en el marco de un amplio compromiso (acuerdo de paz), Ucrania deberá renunciar durante mucho tiempo a la expansión de otros clústeres, pero en un horizonte de 10 años esta expansión podría extenderse a la ciberseguridad y a puertos designados como críticos. Cada nuevo clúster podría crearse mediante una decisión separada del Consejo del Atlántico Norte, sin modificar el estatuto de la Alianza, pero con el consentimiento de todos los participantes. Esto genera un mecanismo de integración gradual, políticamente aceptable incluso para los países que temen una confrontación directa con Rusia.
Maniobra de interpretación ampliada del “objeto nuclear”. La última maniobra es jurídica y tecnológica. Consiste en la formulación conjunta con la OTAN de una definición flexible de “objeto nuclear” que se incluya bajo el ámbito del clúster. Los parámetros técnicos de tal definición podrían abarcar en el futuro no solo las centrales nucleares clásicas, sino también:
Reactores modulares pequeños (SMR) (o sus conjuntos), que podrían desplegarse cerca de infraestructuras estratégicas (presas, puentes, nudos energéticos);
Almacenes auxiliares de combustible gastado;
De este modo, en el futuro Ucrania podrá ampliar el ámbito de aplicación del artículo 5 de la OTAN no solo a las centrales nucleares clásicas, sino también a una serie de puntos críticos, creando de hecho una red de “enclaves energético-defensivos”. Si se quiere fantasear, esto otorgaría a Kiev una flexibilidad de maniobra única: al trasladar instalaciones de baja potencia, se podría modificar jurídicamente la geografía de las garantías de la OTAN sin introducir cambios formales en el estatuto de la Alianza.
Contexto actual
En los debates entre los países de la OTAN y la UE aparecen cada vez con más frecuencia dos escenarios básicos: el despliegue limitado de un contingente occidental de mantenimiento de la paz en el territorio de Ucrania tras el final de la fase activa de las hostilidades; y una opción menos probable: la creación de una “zona de exclusión aérea” hasta el Dniéper. El modelo de membresía por clúster en la OTAN no contradiría, sino que complementaría tales iniciativas. Además, hay que ser honestos: las iniciativas propuestas actualmente por los países occidentales no crean una garantía sistémica capaz de detener el deseo estratégico del Kremlin de revisar las fronteras. Rusia, consciente de que tales despliegues son de carácter simbólico, puede percibirlos solo como “señales temporales”, y no como un factor de disuasión. En este sentido, los planes de paz de Europa son un intento de posponer la decisión. Ningún contingente simbólico detendrá las ansias del Kremlin de arrancar aún más territorio a Ucrania mientras esta no forme parte de la OTAN. En realidad, esto no se dice en voz alta, por vergüenza ante la propia indecisión, pero se está jugando una carrera contra el tiempo: cuánta tierra logrará conquistar Rusia en los años o décadas que tarde Europa en madurar para tomar la decisión de aceptar a Ucrania en la OTAN.
Relevante también es la postura de China respecto a la idea de desplegar un contingente internacional en Ucrania. Pekín insiste en que cualquier misión de mantenimiento de la paz debe recibir el mandato del Consejo de Seguridad de la ONU. A primera vista, esto parece una muestra de apego al derecho internacional. En realidad, es un intento de utilizar su derecho de veto en el Consejo de Seguridad para conseguir gratuitamente un asiento “en la mesa” al final del banquete de la guerra ruso-ucraniana. De hecho, esta posición también beneficia a Rusia, ya que cualquier decisión de la ONU, donde tiene derecho de veto, está condenada al bloqueo. En esto reside el verdadero sentido de la “neutralidad” china: amplía el margen de maniobra de Moscú y debilita a Occidente.
El formato de membresía por clúster propuesto para la OTAN es fundamentalmente indeseable para Pekín, porque, en primer lugar, complica la estrategia china de debilitamiento gradual de la Alianza, y en segundo lugar, priva a China de la perspectiva de participar en el programa nuclear ucraniano, al que, a juzgar por sus declaraciones sobre la reconstrucción, le ha echado el ojo. Desde este punto de vista, esta cuestión podría ser prometedora en las conversaciones, sobre todo con la parte estadounidense.
Conclusiones
Por lo tanto, la situación geopolítica actual indica que Occidente se está acercando a un punto crítico en su actitud hacia la futura arquitectura de seguridad de Ucrania, pero aún no está dispuesto a cruzar definitivamente la línea roja y reconocer públicamente lo que se admite a puerta cerrada: la arquitectura de seguridad de Ucrania forma parte de la arquitectura de seguridad de Occidente. La razón de esta falta de disposición es, en realidad, una sola: el miedo a luchar contra Rusia en un “gran teatro” con una población moralmente no preparada y acomodada. Por eso, la única política de Occidente frente a los desafíos sigue siendo la política de no escalada.
El formato de clúster propuesto será percibido con escepticismo por la mayoría. El objetivo de este artículo es, además de la habitual pregunta “¿Debe Ucrania entrar en la OTAN? Sí/No”, generar un discurso algo más variado. En febrero de 2024, la declaración de Macron sobre el despliegue de tropas de la OTAN en territorio ucraniano fue recibida con sonrisas escépticas. Un año y medio después, los países discuten los detalles técnicos de aquella propuesta. Entonces, ¿por qué no?
Si la ONU hace tiempo que se parece a una Roma consumida por la decadencia y tomada por los bárbaros, la Alianza recuerda a Bizancio: convertida en un museo embalsamado de su antigua grandeza, que del mismo modo puede caer a los pies de una tribu del Este. Claramente le falta dinamismo de gestión. A veces las declaraciones de los dirigentes de la Alianza solo provocan vergüenza. La concepción por clúster es un cierto nivel de evolución de la propia OTAN, que le proporcionará una nueva herramienta de interacción con Estados que están lejos de una adhesión plena a la Alianza, pero que son demasiado importantes para Occidente en su lucha contra China. El enfoque propuesto combina rigidez contractual (membresía jurídica), flexibilidad operativa y prudencia política. La arquitectura defensiva modular (desde las plataformas armadas hasta la estructura de la OTAN) es, en esencia, una simple adaptación a los nuevos tipos de amenazas.